Todo indica, a estas horas, que el Nuevo Frente Popular ha logrado contener a la ultraderecha en Francia. Repito: contener, que no ganarle. Los ultras bajo el liderazgo de Marine Le Pen -y su candidato Jordan Bardella- no conseguirían la mayoría absoluta y el Nuevo Frente Popular (coalición amplia con partidos de izquierdas, pero no DE izquierdas en general) sería responsable de dicho freno. Aún así, el peso de la extrema derecha en la Asamblea Nacional Francesa no será menor. Esta es, de todos modos, una amarga noche para los de Le Pen que se veían triunfadores. La participación histórica ha sido clave para este resultado, pero también el momento político popular que ha querido construir un cordón sanitario contra el fascismo.
Es importante, sin embargo, no caer en los clásicos simplismos a los que nos tienen acostumbrados algunos analistas. La lección clave del resultado francés no es el de la unidad por unidad, sino uno muy distinto: el de la urgencia de formaciones políticas que entiendan que se vence a la ultraderecha desde la impugnación al sistema que le permite existir y no sólo desde el ‘malmenorismo’. Es decir, espacios políticos que no busquen construir una unidad desde la derrota y desde la renuncia de banderas políticas transformadoras para “contentar” al centro, sino lo contrario. Izquierdas INSUMISAS que planteen el diagnóstico acertado y la foto completa: no basta con decir “vótame para que no gobierne la extrema derecha”, sino “cambiemos el sistema que permite que exista una extrema derecha fuerte”.
Y por eso el liderazgo de Jean-Luc Mélenchon es clave. No es casual que en sus primeras declaraciones tras las primeras estimaciones de resultados, el ultraderechista Jordan Bordella apuntara a Mélenchon como el ganador de la jornada para presentarlo directamente como el gran adversario y la gran amenaza. ¿Por qué la extrema derecha necesita apuntar a Mélenchon como una amenaza y como su adversario? Porque sabe que es Mélenchon quien ha sabido entender mejor cómo se les frena. Sin ceder en el discurso, ni el programa, ni ese ruido necesario para rugir frente al fascismo. Y, por supuesto, sin entender al neoliberalismo como un sistema que hay que aceptar. Por eso personajes como Hollande (el expresidente socialista francés) querían vetar a Mélenchon. Porque saben que no apunta sólo a detener a la extrema derecha, sino a ganarle. Y eso equivale a transformar el sistema político y económico francés. Y eso a los defensores del capitalismo y a los señores de la guerra no les gusta nada.
La izquierda internacional tiene en los insumisos franceses el ejemplo a seguir en tiempos de bestialización del sistema y de extremas derechas envalentonadas. En tiempos de Milei, Meloni, Trump, Le Pen, etc. no toca ceder sino construir unidad desde ESTE diagnóstico de transformación estructural. No se trata de bajar banderas de impugnación, sino de albergarlas todas en espacios que asuman que no se vence al fascismo desde el continuismo. Mélenchon vuelve a demostrar por qué las izquierdas impugnadoras son urgentes hoy. Y no sólo en Francia.
Para sacar a la coalición de poderes que gobierna en Perú esta lección es también clave. No hace falta unir hacia el centro a las fuerzas democráticas. Sino que todos los demócratas acepten la unidad desde la comprensión de que sin transformación no se les frena, solo se les sigue dando alas. Muchas lecciones francesas hoy.
¡Vive la France (insumise)!