No es violencia, es resistencia, por Laura Arroyo

por | Ago 8, 2024 | Opinión, Uncategorized

Es curioso pero también positivo que el episodio de rechazo colectivo (repito: COLECTIVO) a la congresista Patricia Chirinos en La Noche de Barranco permita que algunas caretas caigan al suelo y que veamos cómo se construyen definiciones desde posturas de privilegio que muchas veces pasan disimuladas en un ecosistema de crisis como la que el Perú sobrevive.

Por cierto, servirá también (ya lo está haciendo en redes sociales), para dilucidar qué entienden algunos por insurgencia y desobediencia ahora que ambas palabras han cobrado protagonismo pese a que ambas son concretadas hace más de un año y medio de forma sistemática por sujetos poco mediáticos, lamentablemente.

Patricia Chirinos fue echada del bar “La Noche de Barranco”. Los clientes, en su mayoría, arengaron durante casi diez minutos para echarla a ella y su acompañante Luis Aragón. Hay quien se ha centrado en el tipo de local al que acudió, pero esto es irrelevante. De hecho para lo único que es relevante es para confirmar por qué hablamos hoy de ese hecho. Pero lo interesante es el debate que se abre en torno a estos actos de desobediencia, a mi juicio no sólo legítimos sino completamente necesarios y urgentes en un contexto de dictadura donde una de sus principales altavoces experimentó un rechazo popular merecido.

Por un lado están quienes señalan que “ésta no es forma de mostrar el rechazo”. Esta apreciación resulta interesante pues me recuerda a cuando algunos se escandalizan por el bloqueo de carreteras que realizan como medida de protesta comunidades que NUNCA son oídas a menos que hagan ese tipo de demostraciones.

Es importante señalar que la definición de las formas válidas o no de resistencia se construyen desde posiciones de privilegio. Y la razón resulta sencilla. No es necesariamente consciente, pero plantear que existen acciones de resistencia válidas o inválidas desde la abstracción en el juicio es una trampa. No existen acciones sin contexto. De ahí que calificar de válidas o inválidas las acciones de sujetos politizados a partir de eliminar el contexto es una trampa política que es cómplice con las acciones ejercidas por los sujetos opresores.

Es fácil decir “se debe protestar así” cuando se está dentro de los beneficiarios de un sistema. Díganle a quienes nunca han recibido justicia, han perdido a familiares, sus condiciones materiales y hasta sus territorios que no deben protestar de tal o cual manera. Plantear la validez de las acciones de resistencia sin considerar los contextos es, por eso, una trampa que conduce tanto al apoliticismo como a la injusticia.

Es como el discurso de la meritocracia que nos inculcan para hacernos creer que todos tenemos las mismas herramientas para conseguir “el éxito” o, peor aún, que “el pobre es pobre porque quiere”.

¿En qué se diferencia quién cree que la pobreza es una elección de quién cree que es equiparable lo que hace este congreso contra el país con las acciones ciudadanas de rechazo contra ese congreso? Muy poco. Y esta es una clave importante. El falso discurso que nos dice que todos accedemos “por mérito” a determinados logros es el mismo razonamiento que subyace a ciertas críticas en contra de lo ocurrido ayer contra Chirinos en Barranco. Porque se basa en señalar que todos tenemos el mismo poder de opresión sobre otros. Esto es falso. Y por lo mismo llamar violencia a todo también lo es.

Hay quien plantea que echar a Chirinos de un bar es igual de “violento” que lo que hacen los de La Pestilencia. Este argumento es todavía más peligroso. Empezando porque el rechazo a Chirinos es COLECTIVO y expresa a un 90% de la población y La Pestilencia sin embargo actúa como brazo violento de esa minoría privilegiada que gobierna. Pero sobre todo es un argumento que, como decíamos, obvia convenientemente el contexto y, por tanto, obvia admitir que existen opresores y oprimidos. En la misma línea, el mensaje manido que nos repiten (curiosamente desde los poderes) que dice que hay que discrepar de “la violencia venga de donde venga” obvia responder la pregunta principal: ¿qué es violencia? Porque resulta conveniente para esos mismos sujetos privilegiados que son quienes definen lo que es la “violencia” desde una posición de privilegio que se igualen todo tipo de acciones. Por eso el contexto es importante. Por eso nada puede juzgarse sin su contexto.

Pero hay más. En esa falaz clave méritocrática, este discurso nos está también queriendo hacer creer que Patricia Chirinos es exactamente igual que cualquiera de nosotros. Es decir, que ella, una congresista con el poder que da un escaño, con la exposición con la que cuenta en todos los medios de comunicación, con las garantías políticas que le ofrece estar en el bando de la dictadura y con el amparo concreto de sus escoltas de seguridad, es exactamente igual que cualquiera de los que vino a marchar a Lima hace unos días o cualquier cliente de La Noche de Barranco. Esto es francamente vergonzoso.

Nuevamente, el argumento recurre al apoliticismo y al borrado conveniente de todo el contexto. La vulnerabilidad de cualquier sujeto político como de una comunidad no se define apolíticamente. Si algo nos ha quedado claro a estas alturas es que hay 130 sujetos en Perú que merecen toda desobediencia civil frente a la impunidad de hierro de la que gozan. Politizar el dolor y la rabia es también parte del proceso de una crisis como la que (sobre)vive el Perú. No sólo Chirinos NO es vulnerable, sino que es la REPRESENTANTE de un colectivo minoritario pero poderoso en el país que además de golpista y corrupto avaló decenas de asesinatos y terruquea a diario a peruanos y peruanas sólo por discrepar. ¿En serio se puede decir que es un sujeto vulnerable? ¿O que su vulnerabilidad está al mismo nivel que la de quienes ella violenta a diario desde una tribuna de PODER?

Y finalmente está el argumento que rechaza que se le tirara un vaso. El único hecho constatable de momento y que puedo entender que genere ruido en algunos sectores. Pero aquí está la clave y la pregunta que les planteo: se puede sentir uno más o menos convocado con las acciones de resistencia de las colectividades oprimidas. Nos puede gustar más o menos una acción concreta, pero ¿es siquiera comparable esta acción con aquello que la ha generado? Y, sobre todo, ¿ese reparo que alguien puede tener con las “formas” justifica la equiparación de acciones de resistencia con las violencias institucionales que cuentan con todos los poderes de su lado? Conmigo no cuenten.

Lo vivido por Patricia Chirinos no es un hecho aislado. Es la concreción en forma de escrache de un rechazo popular que lleva larga data en el Perú. No es por tanto un hecho concreto, sino uno más en una serie de acciones de resistencia. Sólo eso lo valida. Pero además lo válida ser una expresión colectiva y mayoritaria. Es fácil hablar de insurgencia y desobediencia civil cuando ponen los cuerpos otros y ponen los muertos otras. Cuando se habla de desobedecer a quienes han usurpado el poder hablamos de estas expresiones de desobediencia. Algunas gustaran más y otras menos, pero va en el cargo de un personaje político que se le fiscalice popularmente. Eso habla de una democracia viva. La pregunta cae de madura: ¿cuál ha sido la afrenta vivida por Chirinos que sea condenable en términos de derechos humanos o políticos? Ninguna.

Por un lado, no se puede obviar que “violencia” es una palabra definida por los espacios de poder y por lo mismo tiene trampa. Por otro, nunca se puede ser equidistante al juzgar las acciones entre opresores y oprimidos. Y, esto es clave, no es verdad que la vulnerabilidad de un sujeto se define apolíticamente. Politizar el dolor y la rabia es también parte del proceso de una crisis.

Discrepar de las formas es válido (aunque me parezca útil al opresor, pero entiendo la discrepancia y el matiz), pero igualar las acciones entre opresores y oprimidos revela una posición de privilegio de espanto. Es curioso que muchos de los que aplauden las marchas no vayan a ellas. Del mismo modo es curioso que muchos de los que piden que se movilice el país (como si no lo estuviera haciendo hace más de un año y medio) hoy nos digan cuáles formas de resistencia son válidas y cuales no. Hay equidistancia y trampa en estas posturas, pero sobre todo una posición de privilegio que consciente o inconscientemente abunda en nuestro ecosistema de analistas políticos.

Lo que vivió Chirinos no sólo es justo, es la expresión de que el miedo ha cambiado de bando. Por el bien de la democracia peruana ojalá así sea. Así como quienes jalonearon de los pelos a la asesina Boluarte, es bueno que frente a la falta de justicia y a la impunidad con la que se sienten invencibles, se le recuerde a los poderes que cogobiernan hoy en el Perú que no gozan de la impunidad de pueblo.