Por Laura Arroyo
La primera pregunta de rigor tras el allanamiento de la casa de la dictadora es la siguiente: ¿si cae Boluarte, cae el régimen? Hace semanas leo y oigo a colegas -y ciertas columnas de opinión- particularmente optimistas con respecto a la salida posible de Boluarte. Pero el optimismo no soporta ninguna repregunta. En cuanto planteo la pregunta que he escrito líneas arriba se hace el silencio. Un silencio incómodo porque sabemos todos que la respuesta es NO. Si cae Dina Boluarte, con un Congreso como pata fundamental de la dictadura y envalentonado especialmente desde diciembre de 2022, no cae el régimen.
Empecemos por esa premisa y vamos al análisis de por qué pese a que estamos viendo uno de los momentos de mayor tensión interna en la dictadura cogobernada (la Hidra), Boluarte empieza a ser costosa, pero no por eso deja de ser útil.
En el Congreso de la República ha habido desde el inicio de este régimen una intención muy clara: QUEDARSE.
El susto Castillo tuvo esa consecuencia en los espacios congresales. Hubo una toma de conciencia de que la democracia era “un problema” para los intereses de las mafias y los partidos aliados de las mafias que están sobrerepresentados en el Congreso, y así como en 2016 el fujimorismo empezó a utilizar el Congreso como espacio de presión antidemocrática, se aumentó el tono de la misma estrategia para garantizar que los intereses en este Congreso se quedaran.
Pero, OJO, esto no significa que querían quedarse hasta 2026. Esto significa que querían quedarse incluso después. ¿Cómo? Con medidas legislativas que permitieran no tener que irse nunca. De ahí la bicameralidad, la intentona de instaurar la reelección, la intervención en órganos judiciales y los cambios constitucionales, por citar cuatro ejemplos. Los objetivos eran dos concretos: quedarse ellos y perpetuar SU modelo. Neoliberalismo y mafias.
Para lograr su cometido era necesaria una articulación entre poderes y una cabeza que mostrara cierta “legalidad” institucional. El golpe exitoso cometido por los poderes en 2022 fue exactamente eso: un pacto con Boluarte a la cabeza y todos los poderes avalándola con el sambenito falaz de repetir que la “sucesión” era “legal” y “legítima”. Nunca lo fue. En primer lugar porque el pacto fue con los perdedores de las elecciones de 2021; en segundo lugar, porque eso hizo que no fuera una sucesión sino un golpe de estado; en tercer lugar, porque en su discurso de juramentación fue explícita sobre el acuerdo y el pacto (nos quedamos todos) pese a la voluntad popular que era justo la contraria (que se vayan todos); y, en cuarto lugar, porque nunca gozó de legitimidad. El Perú movilizado desde el 7 de diciembre lo ratifica. Recordemos que esta dictadura se instauró sobre la sangre de peruanos y peruanas, ejecuciones extrajudiciales, detenciones arbitrarias, prisiones preventivas, allanamientos de locales, censura, terruqueo, etcétera. CERO LEGITIMIDAD.
Pero en el Perú el papel de los poderes es fundamental. Mientras el Perú movilizado tenía clara la ilegitimidad de origen de la dictadura (y la llamaba por su nombre), los poderes la defendieron, le lavaron la cara y la instauraron. Lamentablemente, ciertas izquierdas hicieron lo mismo al pedir tiempo pese a los muertos y al nunca referirse siquiera al origen ilegítimo del régimen que se estaba cimentando en esos primeros meses.
Para toda esta operación Boluarte era una pieza fundamental. Le daba aire a la operación de recrudecimiento del régimen del 93 porque era un rostro distinto a sus habituales (básicamente fujimoristas), contaba con el desconcierto de las izquierdas institucionales que no supieron leer el momento y, sobre todo, era débil políticamente. La pieza perfecta que no tenía otra opción que ceder en todo al poder. Y eso ha hecho desde el primer día.
El recrudecimiento del régimen del 93 empezó a todo vapor e incluía el empoderamiento de las mafias y el sostenimiento del neoliberalismo peruano. No es que buscan quedarse porque sí y punto, buscan hacerlo por el modelo que defienden. Las leyes defendidas por este Congreso son eso, el neoliberalismo bestializado. Desde el favor a las combis o la destrucción de SUNEDU. Neoliberalismo en el transporte, neoliberalismo en la educación, neoliberalismo en la salud, neoliberalismo en nuestros recursos, como con la ley forestal, etc. El Congreso se encargaba de ser la mesa de partes de la agenda neoliberal en Perú a la par que Boluarte recibía los golpes por ser la cara más visible de una operación articulada. Bingo.
Por eso Boluarte siempre ha sido útil. Por eso, incluso pese a su inverosimilitud, hubo voces dentro de la coalición autoritaria que seguían diciendo que Boluarte era “de izquierdas” o “de Perú libre” para distanciarse aunque el pacto lo hiciesen entre todos en 2022. Boluarte era el alfil perfecto para sus fines. Y, ojo, era útil entre otras cosas por la misma incapacidad de ciertas izquierdas que hicieron dos cosas: una se alió con la dictadura y la otra optó por un silencio cómplice inicial que también mermó su legitimidad frente al Perú movilizado. Cuando denunciaron la dictadura ya era tarde. El sujeto peruano movilizado, especialmente plebeyo y provinciano, había ganado en el relato con justicia y sabía que no cabía nada que esperar de ese sector que antes marchó por la Junta Nacional de Justicia que por las ejecuciones extrajudiciales y que no tuvo ni un reparo en hacer equidistancia entre Pedro Castillo y Dina Boluarte con lo que también mermó su propio discurso democrático. Cuando piden autocríticas a la izquierda es aquí donde están las claves. A ver si alguien tiene la valentía política de hacerlo bien.
Pero entonces ahora surge otra pregunta: ¿Ha dejado de ser útil Boluarte? Y me temo que la respuesta es NO. Sigue siéndolo, sobre todo ahora que todos los focos están en su corrupción expresada en su desbalance patrimonial y el caso de los Rolex. Ha pasado a ser costosa, pero no deja de ser útil para el poder. Esta es la clave. ¿Y por qué? Porque creer que sacando a Boluarte se cae el régimen es de una inocencia política preocupante. Y tiene que ver con el error de análisis sobre el tipo de dictadura que vivimos. Es una hidra de múltiples cabezas articuladas entre sí. Si cae una, salen dos. Lo dijimos desde diciembre de 2022. Hoy se comprueba que la metáfora, lamentablemente, era precisa.
Dejar caer a Boluarte ha sido siempre una carta sobre la mesa del poder. Su principal tarea ya ha sido cumplida: asumir la banda presidencial de forma golpista en un pacto con quienes perdieron las elecciones y asumir el rostro de liderazgo en una coalición donde mandaban varios. Boluarte lo ha hecho a la perfección. Por ello, cada vez que Boluarte ha estado en el ojo de alguna tormenta (y ha habido varias) el poder ajustaba las tuercas, la presionaba y sacaba algo más a cambio de blindarla. Desde ministerios, hasta agenda legislativa. Boluarte no es nadie sin las patas de La Hidra que es la dictadura. Pero La Hidra sobrevive sin problema a la falta de Boluarte o, mejor dicho, al intercambio de Boluarte por otro perfil. El objetivo de Boluarte en darle cierto halo de “legalidad” falaz para instaurar este régimen fue cumplido ya. Es útil pero no necesaria. Es funcional pero no indispensable. Y ahora sigue siendo útil porque los focos están sólo sobre ella que es precisamente lo que querían los centros de poder cuando pactaron con ella el golpe.
El Congreso que aspira, como dijimos, a QUEDARSE no necesita a Boluarte. Les resulta útil pero no indispensable y ahora que su figura cuesta pueden dejarla caer y tener un plan B para quedarse sin ella en Palacio. Y en ello están. Su salida no significa el fin del régimen. De hecho, hace unas horas el congresista golpista Muñante ya ha dicho en sus redes sociales que “no queda claro que de producirse una vacancia habría necesariamente adelanto de elecciones” y plantea una serie de consideraciones en dicha línea. En el Congreso tienen clarísimo el objetivo y saben que el papel de Boluarte era indispensable al inicio pero no ahora que el régimen ya se consolidó gracias al papel de todos los poderes en dicha apuesta.
Lo que ahora necesita el régimen (La Hidra) es otro rostro visible que aguante mientras terminan el plan que llevan desarrollando legislativa y económicamente desde 2022. Hay instituciones por tocar, pero el desmedro que han hecho de ellas también cuenta a favor de ellos. El negacionismo liderado por Fujimori es parte de esta operación de cooptación del estado y la narrativa. Boluarte en el ojo de la tormenta es también cierto aire para el Congreso en un momento en que necesitan repensar su propia estrategia para mantenerse. Por eso, aunque los medios se encarguen de sólo hablar de ello, no mires sólo la calle donde vive la dictadora, sino también el Congreso de la República.
Nuevamente se demuestra que el Perú movilizado tenía razón. Porque tenía la claridad del tipo de dictadura que enfrentamos. Por eso el acento en las calles siempre ha estado en un CONJUNTO de demandas que incluía la salida de Boluarte pero no se agotaba en ese pedido. Y por eso se incluía siempre al Congreso y la Asamblea Constituyente. Hay quienes nunca han querido aceptar esa lógica articulación de demandas. Hoy que vemos que el rostro visible de La Hidra dictatorial está en el ojo de la tormenta, pero que el régimen (La Hidra) sigue gozando de salud constatamos la importancia de esa agenda democratizadora en lugar de proclamas separadas entre sí que no resolverán la crisis sistémica. Si cae Dina no cae el régimen. Y ese es nuestro principal problema.