Leyla Huerta: La apuesta por una lucha colectiva de las mujeres trans

por | Ago 30, 2025 | Derecho de l@s Mujeres, LGTBIQ+

Por Amanda Meza
Fotos: Féminas Perú / La Indómita

A Leyla Augusta Huerta Castillo la vemos en marchas y plantones con la bandera celeste, rosada y blanca de la lucha por las personas trans. Es directa y sus palabras potentes. No habla por ella sino por una batalla compartida. Es ingeniera agrónoma, activista, directora de Féminas Perú. Conocer su vida es atravesar parte de la vida de una niña, adolescente y mujer adulta trans en contextos de histórica violencia y de pensarse y repensarse ante la adversidad constante y cotidiana

A las 6 de la tarde un café no cae mal para pasar el frío de agosto. Leyla Huerta tiene puesta una casaca abrigadora y se ha sentado a la mesa dispuesta a remover un poco de la memoria de su vida. Espera la pregunta como quien se resigna al tiempo, con serenidad.

Tiene 46 años, vivió su infancia en una quinta tradicional en el distrito de Breña. Una de sus amigas cómplices de la niñez, se sentía distinta como ella. Ambas compartían qué chicos les gustaban y las ilusiones, pero, claro, como un secreto.

Leyla vivía con su madre Amanda, sus abuelos maternos y su tía, una familia sin abundancias, con lo suficiente y necesario para un crecimiento sin angustias.

Estudiaba en un colegio nacional. Ahora saltan a la luz los juegos de niñez como querer ser ‘Drácula’, para besar a los chicos. Lo recuerda con una sonrisa y con gestos de afirmación. Creció sabiendo que ‘de esto no se habla’, y es que en los años 80 y 90 de la homosexualidad y, mucho menos, de la transexualidad o transgeneridad no se hablaba públicamente a menos que fuera con desprecio, con sospecha, con censura.

En el colegio sus propios compañeros le decían ‘Mariquita’. No la golpeaban ni la excluían del grupo porque era tranquila y porque también había otros LGTBIQ+ en otros grados superiores que recibían mayor violencia. De lo que sí tenía miedo es que ese apodo homofóbico llegara a oídos de su familia y le pegaran. Le cuesta creer que algunos compañeros de adolescencia aún ahora tengan comentarios prejuiciosos sin recordar que en su infancia tuvieron a alguien LGTBIQ+ en su entorno y le hacían sentir mal. Ella los emplaza.

En la adolescencia, Leyla comenzó a ver algunos referentes de mujeres trans públicas con las que se sintió más identificada. Una de ellas fue Coco Marusix, quien llegó incluso a la televisión con un programa que compartió con Marisol Malpartida en 1998. Sin embargo, era difícil y complejo percibirse una mujer y al mismo tiempo crecer con ideas de que estas personas eran lo peor de la sociedad.

Foto: Féminas Perú.

“¿Cómo te identificas si nadie habla de ser trans? El entorno adulto es transfóbico y homofóbico. Un niño, niña o niñe no tiene a quien acudir porque escucha referencias negativas. Yo no me aceptaba totalmente y las mamás aun cuando te puedan querer mucho y lo dan todo por ti, también pueden pensar: pero por qué mi hija es así”, dice Leyla que quizá tuvo su mayor prueba con su madre cuando sufriendo por la ilusión del amor juvenil fue al psicólogo.

El especialista fue quien explicó a su mamá quién era Leyla, lo que sentía y lo que callaba. La única respuesta de su madre: si querías que me enterara quién eres, ahora ya lo sé. Tú solo dedícate a estudiar.

LA TRANSICIÓN

La transición es el proceso individual donde una persona comienza a vivir de acuerdo con su identidad de género, que puede ser diferente al sexo asignado al nacer. Pero, ¿cómo empezar una transición de género en el Perú de los años 80 y 90 donde no se nombraba la homosexualidad, la transexualidad, la transgeneridad? ¿Cómo se tratan los propios prejuicios que se forman siendo LGTBIQ+?

“Yo tenía prejuicios de ser LGTBIQ+ y más allá de pensar qué me espera, era la carga negativa de la sociedad que piensa que eres lo peor”, remarca reflexionando también la diferencia de hacerlo cuando aún se es niña o adolescente y cuando se es adulta.

“Cuando eres grande puedes hacer un análisis. Con empoderamiento, con autoestima, con círculos de apoyo, recién comienzas a darte cuenta que todos esos prejuicios no son una cuestión tuya, sino que es un efecto social. No es que las personas LGTBIQ+ somos malas, es que la sociedad nos coloca en esos espacios tan oscuros. Somos producto de esa sociedad”.

Leyla reconoce que siempre le ha costado hablar con su familia de ser una mujer trans. Su transición empezó en la universidad dejando crecer su cabello y tomando hormonas. Fue importante conseguir alguna información sobre cómo es transicionar de parte de otras mujeres trans como la activista Gabriela Mariño y Jana Villayzan, esta última que había estudiado para ser maestra les traducía los textos académicos referidos a los avances médicos.

Cuando terminó de estudiar dejó la casa materna, un poco cansada de las fricciones con su madre ocasionadas por ponerse vestidos. Dejó la casa después de una discusión familiar.

El círculo de amistades fue vital. Tenía 25 años cuando dejó la casa materna y se fue a convivir con una amiga. Empezó a trabajar como promotora de salud para VIH en Impacta, una institución sin fines de lucro dedicada a la investigación en los campos de la salud.

Poco a poco los lazos familiares se retomaron. Su familia siempre fue muy protectora y su madre la buscó. Sin juzgar volvió a ser parte de su vida.

“Yo valoro mucho a mi mamá porque pudo meter sus sueños en una caja y ver a través de mis ojos. A veces pienso cómo se sentirá porque seguro tenía otros planes para mí”.

Foto: Féminas Perú.

“HABLAR SOBRE GÉNERO HA SIDO REVOLUCIONARIO”

Para Leyla Huerta escuchar, entender y hablar sobre enfoque de género ha sido una revolución. De una infancia sin poder nombrarse y reconocerse una mujer trans a una adultez de activismo hay un abismo de cambios.

“Poder entender quién eres, que una cosa es el sexo con el que naces y otra cosa el género con el que te identificas, es revolucionario. Entender que no somos solo biología sino que como seres humanos pensamos, nos expresamos, tenemos una orientación sexual y una identidad de género. No es solo querer ser mujer y punto sino qué significa ser una mujer en su diversidad”, afirma.

Hablar de la experiencia personal hoy en día es como un ensayo de tantos recuerdos y vivencias.

Yo no sé cómo me sentiría si no hubiese transicionado y me hubiera quedado como un chico gay. No sé qué tanto dolor hubiera tenido en mi vida. Siempre me sentí diferente desde niña. Las cosas en mi vida fueron fluyendo porque de niña no tenía mayor información. Por eso creo que es muy importante la educación sexual con enfoque de género. Una educación sexista te puede llevar por donde menos quieres porque no te ayudan a entender si eres gay o trans, si solo quieres ser mujer para atraer a los hombres si es una cuestión de orientación sexual o es tu identidad de género. La educación con enfoque de género es lo mejor para que las personas puedan elegir con libertad, como se identifican, quienes son”.

EL ACTIVISMO: ESCUCHAR Y NO JUZGAR

Hacia el 2009, Leyla fue convocada a la Coordinadora Nacional Multisectorial en Salud (CONAMUSA), un organismo de coordinación constituido con los representantes del gobierno, la cooperación internacional y la sociedad civil, incluyendo a las organizaciones de personas directamente afectadas por el VIH/SIDA, Tuberculosis y poblaciones claves. Sin embargo, no se halló en ese ámbito, sentía que era un espacio con intereses políticos que a ella no le interesaban.

Seis años después, llegaría su momento crucial. En 2015, mientras trabajaba en Impacta como data manager se abrió la posibilidad de hacer un proyecto grande. Y así nació Féminas Perú, una organización in fines de lucro que se describe como un espacio para mujeres trans, defensoras de derechos humanos, artistas, lideresas y sobrevivientes. Han cumplido 10 años visibilizando y luchando por los derechos de las mujeres trans en el Perú. Existen en Lima, Arequipa, Juliaca, Cusco y Loreto.

Lo que Leyla quiso hacer fue replicar el trabajo de la Casa Abierta de Impacta. Un espacio donde las personas LGTBIQ+ compartían experiencias de vida. Al crear Féminas, no lo pensó como un espacio para ejercer política, sino un espacio seguro y de encuentro para las mujeres trans donde pudieran llegar y hablar de loque vivían, de los que les sucedía, de lo que deseaban, de lo que querían ser.

“Era pensar cómo entendernos entre nosotras a partir de los temas que nos interesan, respetando las vivencias de las compañeras que pueden incluso ser machistas, homofóbicas, etc; porque crecieron en entornos de violencia. Y, a su vez, cómo las mujeres trans mayores en edad tenían que lograr entender cómo es ahora la vida de las trans jóvenes que están estudiando. Es reflexionar cómo se potencia la vida comunitaria”, señala.

Para lograr escucharse ha sido importante escuchar y no juzgar, agrega. Aunque a veces puede ser inevitable, -continua-«siempre hay formas de encontrar el diálogo, escuchar los procesos de cada persona y proponer soluciones entre todas».

“TODO CAMBIO ES COLECTIVO”

El espacio comunitario de Féminas, con una casita en el distrito de Pueblo Libre, que mantienen gracias al apoyo de la cooperación internacional, es la colmena donde prevalecen el diálogo y el encuentro.

En esta casa hasta las paredes hablan. Les fueron donadas varias obras de la exposición CANOM de los artistas Juan José Barboza-Gubo (Perú) y Andrew Mroczek (EE. UU.), basada en las mujeres trans peruanas, entre ellas también esta Leyla.

Mientras hablamos Leyla está pendiente de varias de las chicas Féminas que están haciendo compras de víveres. Se comunica cada cierto rato para ver la movilidad y que estén seguras. “Ya, mami”, le dice una. No es solo cariño es también una forma alternativa de ser familia.

Féminas en plantones por justicia. Foto: La Indómita.

Articulación, organización y amistad no es fácil, pero en los 10 años esta organización se ha ganado un nombre en el activismo de derechos humanos y sus voces no pasan desapercibidas para el propio movimiento LGTBIQ+ peruano. Han salido a las calles en plena pandemia donde se llevaron la peor parte de las “salidas por género” cuando el gobierno decretó días de compras para mujeres y hombres sin considerar a las mujeres trans. Se han batido en duelo con el Estado con el Decreto Supremo que trata a las personas trans y LGBIQ+ como enfermas mentales, han armado plantones contra el defensor del Pueblo para que se rectifique por unirse a la campaña de odio impulsada por el congresista Alejandro Muñante con la ley que prohíbe a las personas trans el uso del baño público y, por supuesto, que están también en los plantones contra la Ley de Amnistía que pretende liberar a denunciados y procesados por violaciones de derechos humanos durante el conflicto armado interno. Las Féminas están en cada batalla por la recuperación de la democracia.

Talleres de los martes en la casa Féminas.

Y esa democracia se aplica también en su espacio de organización donde se incentiva la participación política a la vez que se dialoga y se impulsan consensos, ya sea para participar activamente en las calles o para pronunciarse de alguna manera. Esa integración con la coyuntura y el contexto es la diferencia marcada con décadas de silencio y exclusión de las personas trans en la vida política del país. Están, ponen el cuerpo, resisten.

“Entre todas ponemos las ideas y ganan las mayorías. Debatimos, exponemos y estamos muy alineadas en las cosas que tenemos en común como el derecho a la protesta, el ejercicio de ciudadanía, la seguridad. El movimiento no lo cambia una persona, se hace colectivamente. Hay gente que quieren que la miren y luego nada cambia. Hemos aprendido que los cambios tienen que ser colectivos y que hay otros caminos para luchar, como el camino jurídico para conseguir la identidad, que no pasa por el Congreso”, reflexiona.

Entre 2020 y 2023 se cometieron 54 asesinatos a personas TLGBI y 170 casos de vulneración de sus derechos, según el último Informe Anual del Observatorio de Derechos TLGBI de la Universidad Peruana Cayetano Heredia.

Mientras termina la taza de café y está pendiente de las Féminas que se fueron a comprar víveres, está pendiente de su madre y su tía a quienes cuida y asiste, de su perro Kike que no se separa de su lado, y permanece atenta también el contexto político, hablamos de lo que aún falta por dialogar en el movimiento LGTBIQ+.

Leyla es directa: “Aún no hemos aprendido a hacer en colectivo y faltan valores que sean muy diferentes a cómo se mueve el poder y el dinero. Debemos aprender a ser horizontales, transparentes, sin aprovecharse unos de otros. Es un desafío dialogar sin imponer, sobre todo, sin imponer desde el privilegio. Hay que acercarnos y minimizar los dolores que pueden existir. Curar nuestras heridas”.

Ha terminado nuestra conversación y ya está coordinado la asistencia a un nuevo plantón. El café se terminó, pero las ganas de luchar permanecen humeantes.