Emilia Pérez: Las transformaciones facilistas

por | Ene 27, 2025 | Contracultura, Opinión

Por Mónica Delgado

Emilia Perez, dirigida por el cineasta francés Jacques Audiard, es un film sobre la transformación, sí, pero automática. Todo se transforma de manera instantánea, dentro de un entorno donde no importan los procesos en las acciones de los personajes. Y este no es un problema ideológico -que es un aspecto muy discutido en redes-sino que es un problema técnico y de valoración de la expresión audiovisual. Ese automatismo se plasma en símbolos, líneas de diálogos o escenas que pasan del blanco a negro con una facilidad utilitarista y escasa maña cinematográfica.

La trama del film se puede describir de manera sencilla: una abogada que gana juicios en la sombra para dudosos clientes es secuestrada por un narcotraficante, llamado ‘Manitas’ del Norte, padre y esposo, quien le ofrece dos millones de dólares por gestionar su operación de asignación de sexo como una vía para escapar de la justicia, bandas de narcos rivales y de paso cumplir un anhelo personal. Ya mujer, y con una esposa y dos hijos que lo dan por muerto, el personaje de Manitas asume el nombre de Emilia Pérez, millonaria que convoca nuevamente a la abogada quien ya había hecho una carrera en Londres. De vuelta en México, en un almuerzo en un mercado comiendo carnitas, asume con espíritu crítico su responsabilidad en la desaparición de decenas de personas y decide crear una fundación para ayudar a las familias en la búsqueda de sus desaparecidos. Luego del éxito de la fundación, Emilia ve afectado su rol de tía de sus propios hijos (a quienes dijo que era familiar de Manitas y que volvía para ayudarlos), debido a que su ex esposa tiene un amorío con otro narco y quiere alejarla de sus hijos.

La trama de marco chirriante, por momentos sin sentido y paródico, es mostrada desde un planteamiento específico y dramático, es decir, “serio”: los códigos del musical con letras solemnes, con canciones y coreografías, para crear así un mundo dramático autosuficiente, que solo se responde a sí mismo en su superficialidad, artificio y pastiche. Sin embargo, esta apuesta tiene sus desventajas ante la exigencia de una puesta en escena sumamente planificada: sombras de camarógrafos en medio de las coreografías, extras mirando sonrientes a la cámara en escenas dramáticas, exageraciones interpretativas de las actrices, y demás gruesos errores en la pronunciación del español “mexicano” de actores no mexicanos, por mencionar algunos puntos.

La trama de marco chirriante, por momentos sin sentido y paródico, es mostrada desde un planteamiento específico y dramático, es decir, “serio”: los códigos del musical con letras solemnes, con canciones y coreografías, para crear así un mundo dramático autosuficiente, que solo se responde a sí mismo en su superficialidad, artificio y pastiche.

Pero volvamos al tema de la transformación facilista como un punto central del film. Un hombre cambia de mentalidad y sensibilidad tras una vaginoplastía que lo vuelve un ser sensible, empático y solidario, como si fuera algo inherente a su nueva opción de género. También aquel al que le decían «Manitas» termina secuestrado y casi manco. O la abogada que tenía dilemas morales por trabajar con corruptos termina trabajando sin chistar por unos cuántos dólares con los mafiosos que odia. Por otro lado, esta misma abogada tenía el deseo de ser madre y de pronto milagrosamente le surgen dos hijos. Pero la transformación más importante en Emilia Pérez no es física, ni producto de cirugías, de vendettas ni ataques paramilitares.

El cambio que el cineasta Jacques Audiard propone es de otro calibre: El narco, ahora mujer, deviene en una santa, convertida en una figura de yeso que feligreses en procesión transportan en andas cual virgen dadora de milagros. Por ello, este film de Audiard no es sobre Emilia, sino cómo su entorno la percibe: importa la mirada de la abogada (por ello el film comienza y se organiza en torno a ella), lo que piensan los hijos (aunque apenas aparezcan en escena), la opinión pública tras sus apariciones en TV, en todo caso, y al final de cuentas, lo que piensa México sobre ella (incluidos los magnates en la escena de la cena pro fondos, quizás una de las peores del film).

El problema con Emilia Pérez no es necesariamente este facilismo para hacer que un cruel verdugo se convierta en piadosa samaritana (e incluso convertida en una deidad local a manera del Gauchito Gil o Sarita Colonia), o hacer que una trama estrambótica aterrice su propia idealización de México lleno de clichés como telón de fondo de esta transformación. El problema es el uso del famoso deus ex machina (voz en latín que usamos para referirnos a la intervención repentina e inesperada de un elemento externo que resuelve una situación conflictiva en la trama de una historia). En Emilia Perez, el deux ex machina aparece como parte del artificio del musical, asoma para resolver el conflicto central de manera abrupta (además que ese conflicto como tal no existe, ya que no se decide entre la tenencia de los hijos, y por otro, salvar al país de la impunidad, o encontrar el amor con una pareja lésbica). Esta solución artificiosa podría desenvolverse bien dentro de la lógica absurda del musical, sin embargo, es imperativo que esto sea bien trabajado en sintonía con la creación de ese mundo autónomo (si pensamos en los aspectos camp y trash de The Rocky Horror Picture Show). La cinta transita entre el drama existencial y la acción de modo autoparódico, y nunca encuentra un equilibrio que cohesione ambas intenciones. El resultado es una experiencia que hace difícil tomarse en serio los momentos más dramáticos.

Como pasa con La sustancia (al extraer elementos propios de la serie B y el cine trash o serie Z), o Anora (al tomar elementos de los dramas cursis de enamoramientos entre clases sociales que se repelen de ochenta y noventa), también nominadas al Oscar y ganadoras de premios internacionales, Emilia Perez actualiza algunos motivos del musical barato, mal hecho, paródico, pero domesticado, para que las audiencias de los productos de festivales y alfombra roja perciban algo de novedad en narrativas viejas, estereotipadas y adormecidas pese a sus aires reivindicativos y aleccionadores.